Se establece por la combinación de manifestaciones
clínicas, pruebas de laboratorio y estudio genético. Cuando un paciente reúne todas las características
de la enfermedad el diagnóstico es fácil pero en
la mayoría de los casos esto no es así.
Las manifestaciones clínicas han sido agrupadas en
una clasificación fenotípica de la enfermedad que establece
la forma de presentación en función de los síntomas
predominantes, hepáticos o neurológicos (Tabla I).
Las pruebas de laboratorio utilizadas en el diagnóstico
de enfermedad de Wilson son:
- Incremento de transaminasas, con índice de Ritis (ASAT/ALAT) usualmente inferior a la unidad.
- Nivel plasmático de ceruloplasmina, medida por nefelometría, inferior a 20 mg/dl. Al ser también un reactante de fase aguda, su presencia en plasma puede estar elevada si coinciden procesos inflamatorios o infecciosos. También si se ingieren anovulatorios o existe colestasis, y ello puede dar lugar a falsas interpretaciones.
- Nivel plasmático de cobre total, inferior a 60 µg/dl ya que, al tener poca ceruloplasmina disponible, no se puede transportar con ella y el Cu solo está en plasma como fracción libre, la cual sí está elevada, en nivel superior a 25 µg/dl. Esta determinación sólo se puede realizar por estimación indirecta.
- Cobre en orina de 24 horas, que es superior a 100 µg, en correspondencia con el aumento de la fracción libre del Cu en plasma. En fases presintomáticas de la enfermedad, la liberación de cobre desde los hepatocitos no es muy elevada y ello puede ocasionar falsos negativos.
- Cobre hepático, en cantidad superior a 250 µg por gramo de tejido. Esta determinación es, para muchos autores, la mejor prueba inequívoca para el diagnóstico, sobre todo en los casos dudosos. Es posible encontrar enfermos, con enfermedad de Wilson y cirrosis evolucionada, en los que la cifra de Cu tisular sea inferior a la anterior, porque la biopsia incluya nódulos de regeneración en los que el contenido de cobre sea prácticamente nulo. Por otra parte, los heterocigotos pueden presentar cifras entre 50 y 250 µg por gramo de tejido.
- En Pediatría, hasta el 80% de los pacientes pueden diagnosticarse en fases presintomáticas de la enfermedad, al estudiarlos cuando presentan elevación no explicada de transaminasas hepáticas o, también, al hacerlo en los familiares de un caso índice.
En los que no presentan síntomas ni elevación
de transaminasas hepáticas el diagnóstico no es fácil
ya que, aunque se sospechara, más del 50% tiene normales
las pruebas diagnósticas habituales, sobre todo
la cupruria de 24 horas. En este grupo de pacientes
siempre hay que determinar el cobre en tejido hepá-
tico y, si fuera posible, identificar la mutación responsable.
Por otro lado, el estudio patológico de la
biopsia hepática evidencia el daño tisular: esteatosis
en el 87% de los casos, hepatitis crónica activa en el
13% y cirrosis en el 6%, dependiendo de la edad del
paciente.
En cambio, cuando al iniciar el estudio existe elevación
de transaminasas, tanto el nivel de ceruloplasmina
como los del cobre en sangre y orina suelen ser
patológicos. Además, en este grupo de pacientes la
biopsia hepática muestra hepatitis crónica activa en
el 50% de los casos y cirrosis con esteatosis en el 36%.
La edad media de complicación con cirrosis es de 9,9
± 1,9 años, aunque podría presentarse desde los 5 años
de edad. Así, la coexistencia de todas las pruebas enumeradas
es determinante para el diagnóstico y necesaria
en los casos dudosos. En este sentido, se ha establecido
un sistema de puntuación que permite valorar de
forma cuantitativa aspectos clínicos, analíticos y la presencia
o no de mutaciones (Tabla II). Cuando la suma
resultante es superior a cuatro, permite establecerse con
seguridad el diagnóstico de dicha enfermedad.
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